Tres meses han transcurrido desde que se instruyó el cese de actividades en Ecuador debido a la pandemia que declaró la OMS. Desde entonces, he salido a la calle en dos ocasiones. La primera, para llevar a Sookie al veterinario. La segunda, para ir al supermercado y depilarme las cejas. Quiero compartir con ustedes mi experiencia y mis impresiones.

              Supermercado y compras

a) En Guayaquil, mi ciudad, las personas no han aprendido ni un poquito el respeto al prójimo. Las filas para hacer los pagos, nadie las respeta; unos se meten entre los demás sin preguntar o pedir disculpas, y si uno les llama la atención diciéndoles que están rompiendo la fila, se enfadan.

b) En los supermercados hay cajas de pago exclusivas para 10 artículos. ¿Por qué carajos insisten en llevar una carreta LLENA de productos, y pretenden que el cajero se los pase sin más? La idiosincracia en mi país consiste en rehusar las normativas, burlar la autoridad, y creerse más listos por romper las reglas. Por eso, mi pobre país, está en la quiebra, arruinado en su espíritu como sociedad, y no veo remedio en el horizonte. No soy fatalista. Me considero una mujer realista que no vive de utopías.

c) Las mascarillas en lugares abiertos y desolados, no tienen sentido. Igual en la playa, ¿qué rayos? Si el aire yodado es el mejor remedio para los pulmones. El aire viciado del constante respirar dentro de las mascarillas hace daño.

d) La nariz no debería taparse con la mascarilla, ¿la boca? Ya no queda remedio, hay que hacerlo. Se supone que la saliva es el medio de transmisión ¿no? ¿Acaso la gente escupe por la nariz? Si conocen a alguien, pues díganle que se está perdiendo de figurar en Record Guinness.

e) Me enfada que quienes crearon ese supuesto virus nos estén robando meses de nuestras vidas, y principalmente de libertad. Una vez más se demuestra que el dinero y el poder, juntos, en las manos equivocadas producen esta clase de caos. Nada le deseo más a ese grupo se impresentables que el karma en esta vida o la otra, les cobre con intereses el daño brutal que han causado a la humanidad.

f) Me produjo tristeza ver en el centro comercial, al que fui a hacer las compras, cómo los pequeños emprendedores que antes había, han cerrado sus puertas. Cuántas familias, futuros aplazados, sueños rotos, por una pandemia.

Cruzo dedos para que, poco a poco, el regreso a la rutina también implique nuevas maneras de reactivar la economía. En Ecuador no tengo esperanza, lo siento, se me ha acabado. ¿Otros países? Ojala la historia sea diferente.

Me prefiero quedar en casa, porque soy más productiva escribiendo; y la próxima vez que deba confinarme en un solo sitio por meses, me aseguraré de que sea por decisión propia, en una isla como Skiathos (Grecia), con mis herramientas de trabajo, café y té, así como mi mejor disposición para ignorar todo detalle que no implique hacerme sonreír.

Un abrazo, gracias por leerme aquí.

Xoxo,

Kristel.