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CAPÍTULO 1

Los Ángeles, California.

Brooke.

 

—Lo lamento, señorita Sherwood —murmuró la enfermera al notar la expresión devastada y los ojos llenos de lágrimas de la joven. Le dio una palmadita en la mano, aquella que no tenía la vía que estaba pasando suero—. En el hospital hay un grupo de apoyo para las mujeres que han vivido algo similar… ¿Desea que le traiga la información?

Brooke hizo una negación y volvió a cerrar los párpados.

Lo último que le apetecía era compartir con extraños el dolor que la consumía en esos instantes; ni siquiera era capaz de asimilar la situación por completo. Llevaba dos días en esa cama y dentro de unas horas más iban a darle el alta, pero no importaba el diagnóstico médico, porque no creía que hubiese medicina para sanar su pesar.

Unos días atrás estaba rebosante de optimismo, haciendo planes y buscando su vestido de bodas; los siguientes, intentaba comprender el sangrado, los calambres y la desgarradora angustia. Sus padres, Vera y Nicholas, estaban viajando desde Londres hacia Los Ángeles, pero no llegarían a tiempo y tampoco eran la clase de personas que tenían inclinación a dar cuidados parentales, pues a juicio de ambos para eso le pagaban al personal de servicio en la casa.

Después de que su hermano mayor falleciera por sobredosis de heroína, el vínculo de por sí frágil de ella con sus progenitores se resquebrajó, pero la relación no era hostil. Los Sherwood jamás fueron unidos, aunque de algún modo Raffe consiguió ser la amalgama que sostenía las partes para que no se rompieran. Ahora, sin él, eran solo una familia americana bonita que salía en fotografías o repetía un script con las palabras correctas para los amigos.

Parecía como si vivir en Los Ángeles implicara estar en un plató de televisión imaginario, en el que sus residentes necesitaban acoplarse a las expectativas intangibles creadas por la fantasía de estar rodeados de multimillonarios y empresas que jugaban a crear sueños o recrear historias con un giro fantasioso. La fama o la promesa de esta era un veneno que, en la meca del cine, se consumía a raudales como opiáceos.

Kristy, la mejor amiga de Brooke, solía estar siempre apoyándola en los momentos difíciles y también en aquellos llenos de irreverencias, pero llevaba una semana filmando en un set en Estambul y no podía regresar a California de inmediato. Al menos, por teléfono y cuando la diferencia horaria lo permitía, lograban hablar un rato.

Sin embargo, la única persona que debería estar, sin excusas válidas o no, cruzando ese arduo puente con Brooke era Miles Laurentis, el padre del bebé que ella acababa de perder a causa de un aborto espontáneo a las once semanas de gestación. El insensible hijo de perra le había dicho, cuarenta y ocho horas atrás con absoluta frialdad, que estaba en las últimas conversaciones para firmar el contrato musical del año para su compañía productora y si la de ella era una operación sin riesgos, entonces él podría enviar a su asistente personal para que la acompañara de regreso a casa. Le aseguró que al ser ella tan joven la vida continuaba y que juntos tratarían de tener otro hijo, agregando que este embarazo había sido un accidente, entonces los siguientes serían un poco menos traumáticos si sabía a qué atenerse.

—Nena, el mundo no puede detenerse y tú eres fuerte —le había comentado Miles en tono condescendiente, mientras de fondo se escuchaban voces que lo instaban a darse prisa para entrar a una reunión de negocios—. En menos de lo que crees te habrás recuperado, volveremos a disfrutar de la vida y tendremos otros bebés. Te olvidarás de este episodio…

—¡Mira qué imbécil eres, Miles! Es un ser vivo ¡no un accesorio que si se extravía se recupera o se puede comprar o reemplazar! —le había gritado, ante la mirada preocupada de las enfermeras que iban a prepararla para retirarle los restos del feto que no habían sido expulsados del todo—. Es nuestro bebé… era… nuestro bebé… Su vida era importante, aunque no hubiera llegado a concretarse del todo hasta su proceso final… Dios…  —había susurrado rompiendo a llorar, porque fue inevitable.

—Considera la factura del hospital pagada. Ahora no puedo seguir hablando, cariño. Sé que debes estar triste, pero nada más salir de esta reunión te llamaré. Quiero casarme contigo, no lo dudes, nena. Seremos la próxima pareja de élite de esta ciudad.

—Vete a la mierda —había dicho cerrando la llamada con profunda decepción.

Qué ingenua fue al creer que un anillo de compromiso, un año y medio de relación, y decenas de románticas fotografías esparcidas en los medios sociales de Los Ángeles serían suficientes para garantizar que Miles sería el ancla emocional que sus padres jamás le ofrecieron. La encandiló con su experiencia y sembró la certeza de que podía confiar en él.

Jamás pensó que Miles fuese capaz de abandonarla a su suerte, en especial cuando más lo necesitaba. Prefirió anteponer una negociación, en lugar de velar por la mujer a la que le había puesto un anillo en el dedo con la promesa de casarse y cuidarse mutuamente.

Después de esa llamada, Brooke entendió que había dado más de lo que recibió, obnubilada por la fantasía del amor. Fue incapaz de ver la realidad sin los filtros propios de las expectativas, pero no porque hubiera sido imposible quitarse la venda de los ojos, sino porque su vanidad romántica no la dejó entender. Las veces en que quiso hacer algo por su carrera como ingeniera en desarrollo de software, Miles le dijo que era muy joven para estresarse y que sacaría más provecho yendo con él a eventos corporativos como su prometida.

Qué idiota había sido al creerle, entregar sus ilusiones, y apostar por el amor. «Jamás volveré a cometer ese grave error». Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, en el preciso instante en el que la enfermera se aclaraba la garganta. El leve sonido trajo a Brooke de nuevo al presente, instándola a ignorar sus tristes reflexiones.

—Déjeme sola, por favor… Gracias por todo… No creo que por ahora me haga bien conversar con otras mujeres o grupos… —susurró en un hilillo de voz, mientras escuchaba el “clic” que daba cuenta de que su única compañía volvía a ser el tono blanco de las paredes, el aroma a desinfectante, la ventana que daba la vista hacia un cielo que empezaba a adormecerse al ocaso y el sonido de la máquina que controlaba sus signos vitales.

Brooke colocó ambas manos sobre su abdomen y contuvo un sollozo.

El ginecólogo le había asegurado que, a pesar de que existía la posibilidad de un nuevo aborto espontáneo, lo importante era que ella se mantuviese saludable y monitoreándose con más frecuencia cuando volviese a quedar embarazada. Brooke no sentía que estuviera preparada para tener otro bebé en un futuro, porque el trauma emocional de perder al primero había sido doloroso y el temor de atravesar otro episodio similar era más grande todavía.

***

Siete meses después…

 

Los meses posteriores a la pérdida de su bebé, Brooke había logrado sobreponerse poco a poco a la sensación de culpa, gracias a la terapia psicológica; el vacío y la ansiedad también fueron desapareciendo. Después de abandonar la casa que compartió con Miles, a pesar de los ruegos de él para que le diera otra oportunidad y mantuviesen el compromiso matrimonial, ella optó por alquilar un pequeño estudio en Santa Mónica y llevarse todas sus pertenencias. Con la venta del anillo de compromiso hizo una donación a la clínica de rehabilitación que, incontables ocasiones, había sido el refugio para su hermano Raffe.

Los Sherwood no siempre fueron una familia acaudalada, pero cuando el dinero empezó a llegar a raudales, Vera y Nicholas cambiaron por completo y su naturaleza sencilla se vio trastocada por los incontables accesos privilegiados que su nuevo estatus de millonarios les concedió. Raffe pagó el precio de los beneficios ilimitados y el libertinaje desmedido. Sus padres empezaron a tener affaires y peleas monumentales. Brooke intentó mantener un equilibrio, porque los desastres familiares habían calado profundo en sus emociones. Quizá por esto último, a pesar de ser ella la menor de la casa, llevaba claro que no quería repetir la historia de otros ni contaminarse con esa clase de toxicidad.

Por lo general, ni Vera ni Nicholas tenían tiempo para Brooke, pero este año habían insistido en organizar la fiesta de su cumpleaños veinticinco. La fecha coincidía con el lanzamiento de la nueva tienda de ropa de la compañía familiar, LuxTrend. Dos celebraciones juntas que implicaban un guiño a la prensa, aumento de reputación empresarial, el aplauso de la gente, la llegada de personajes famosos y bebidas a raudales. Sus intenciones no eran maliciosas, pero sí calculadoras y enfocadas en asuntos financieros.

—Veeenga ¡a menear el cuerpo que hoy cumples veinticinco años y hay que celebrarlo, bailando, a lo grande y no solo por esta noche! Tus padres, al menos tienen un poco de conciencia y han organizado esta fiesta para ti —dijo Kristy acomodándose las sandalias de tacón. Llevaba un vestido negro cortito que resaltaba su figura esbelta—. Suma a ello que el idiota de Miles tiene prohibida la entrada a esta propiedad, así que podrás pasarla bien y quién sabe, tal vez encuentres al hombre de tu vida entre los modelos tan guapos que trabajan para la firma de ropa de tu familia —esbozó una sonrisa—. Ten en consideración que uno se parece a Jamie Dornan. Nunca se sabe cuándo será el momento de comprar sábanas nuevas.

Brooke soltó una carcajada y meneó la cabeza. El sonido de su propia risa parecía haber empezado a resurgir con más frecuencia y tenía la intención de habituarse a él. En esos momentos estaban en el cuarto de baño, que más bien parecía un vestidor debido a la amplitud y el excelente sistema de iluminación. Se habían tomado un break de la fiesta para retocarse.

Ella y Kristy se habían conocido en clases de ballet cuando eran muy pequeñas. Ambas eran muy distintas en todo aspecto, pero su compás moral era alto. Mientras Brooke tenía el cabello rubio, piel blanca y los ojos verdes, Kristy tenía el cabello y ojos negros, así como la piel canela herencia de su madre armenia; una disfrutaba las comedias románticas, la otra prefería las películas de terror; Brooke optaba por los enredos matemáticos y lógicos, Kristy disfrutaba encarnando personajes diversos a través de sus roles como actriz.

—El amor está vetado por el resto de mis veintes —replicó con seriedad y acomodándose el broche en forma de mariposa que recogía sus cabellos dorados hacia un lado—. Sobre el sexo, la verdad no sé todavía cómo asumirlo. Durante año y medio, el único hombre en mi cama fue Miles. —Se retocó el labial rojo—. La idea de estar con otra persona no me desagrada, pero soy incapaz de lograr visualizar algo así ahora mismo.

Kristy ladeó la cabeza, mirándola.

—Eso es un asunto de química, compartir fluidos, divertirse y luego olvidarse. No necesitas estar enamorada ni hacer ejercicios de visualización, lo sabes bien, porque sí has tenido un par de amoríos de ese estilo. Es solo ceder a la atracción mutua. Al menos el idiota de Miles no fue tu primer amor. Será un borrón en tu memoria con los años.

Brooke se tocó el pendiente de zafiros que le había regalado, muchos años atrás, su abuelo paterno, Charlie. Lo echaba en falta a él y a Melody, su abuela, porque los recuerdos creados en esa mansión con ellos eran todos de amor y risas. Fue de las épocas más felices de los Sherwood. Su reticencia a visitar con frecuencia a sus padres no solo se debía a la superficialidad de la que ahora hacían gala, sino porque en la casa estaban las memorias de su hermano, los años con sus abuelos, las risas que jamás volverían.

Enfrentar esos recuerdos cada tanto no era fácil. En esta ocasión había aceptado celebrar su cumpleaños en la casa y dejar de lado los sentimentalismos, porque estaría rodeada de gente y no existía ese opresivo silencio de las paredes que guardaban historias.

—No soy tan aventurera o quizá sea que la persona que puede lograr captar mi interés es de otro planeta y no ha llegado a la Tierra.

Kristy se rio y le dio un empujón suave con el hombro.

—Si volvieses a ser consciente de lo guapa que eres, en plenitud, te darías cuenta la cantidad de hombres que te devoran con la mirada, Brooke. Si les prestaras atención, entonces sabrías si hay o no química, pero pasas de ellos. El sexo es carnal y tiene que haber una mirada o un roce o una sensación intensa; si miras a otro lado, pues obviamente no encontrarás química con nadie, tontita. Esta noche, antes de venir a retocarnos, durante las horas que hemos pasado bailando y disfrutando, yo te podría señalar cuántos hombres estuvieron a punto de invitarte a la pista, pero desistieron, porque los ignoraste. —Brooke la miró con curiosidad, porque quizá era cierto, no se había fijado—. Es momento de quebrar todas las murallas que te resistes a romper en ese aspecto. Deja a Miles de lado de una vez por todas.

Brooke suspiró con resignación.

Miles había sembrado una huella de inseguridad sobre su capacidad de elegir a los hombres correctos. No se negaba a la posibilidad de un affaire, pero tampoco había encontrado en ese tiempo a una persona que consiguiera despertar una llama que lograse consumirla de anhelo sexual. ¿Era esa sensación algo real o una proyección propia de las aspiraciones que creaba el marketing sobre la atracción? Debía reconocer que Miles había sido un amante decente, pero su piel no ardía con sus toques. Quizá la llama nunca se encendió del todo y ella tan solo se aferró a la idea de hacer funcionar esa relación por el miedo al fracaso, a la ruptura. Sin embargo, su relación terminó siendo una casa de naipes.

—Quizá necesite un poco más de tiempo —replicó Brooke con tono suave.

—Es un buen inicio: reconocer una posibilidad, sin rechazarla, y abrir un espacio.

—Por cierto, Kristy —dijo bajando la voz, aunque no era necesario porque estaban solo las dos, poniéndose más guapas, antes de regresar al patio principal para que cantaran el cumpleaños feliz—, he visto a mi padre escabullirse en su estudio con un grupo de hombres que parecían ir de pocas pulgas. No me dio la impresión de que fuese una reunión muy amistosa. ¿Crees que debería acercarme? Mi madre parece distraída en otras cosas.

Sus ojos verdes refulgían con el delineador negro, pero eran sus labios y curvas los que conseguían darle la apariencia de aquellas bellezas de Hollywood de los años 60´s, al estilo de Anita Ekberg. Incontables ocasiones su mejor amiga le sugirió que hiciera casting de cine, pero Brooke amaba más los desafíos que implicaba conectar sistemas de redes y software.

El sueño de Brooke consistía en abrir su propia oficina de consultoría en seguridad informática y desarrollar softwares personalizados para mejorar procesos en entornos corporativos. Iría gestando todo poco a poco, pues lo primero que tenía que hacer era adquirir práctica profesional más profunda. Al menos poseía, gracias al círculo social en el que se desenvolvía, una red de contactos amplia con la que podría contar para encontrar un sitio de trabajo que le pudiera dar experiencia y posibilidades de expansión.

—Esta también es la celebración de la apertura de una nueva tienda y colección. Entonces tu padre debe estar recibiendo consultas, aunque prefiera no hacerlo, en la oficina como algo de última hora. De seguro no es nada inquietante.

Brooke soltó una exhalación.

Ella presentía que algo no iba bien y la incomodaba no ser capaz de quitarse esa sensación. Sin embargo, no quería abrumarse por simples sospechas que, tal como decía Kristy, no tenían razón de existir. Además, quería empezar un nuevo año de vida diferente para trazar un nuevo capítulo; las hipótesis fatalistas no formaban parte de esa intención.

—Quizá estar rodeada de tanta gente, después de estar meses evitándolo por todo lo que me ocurrió, me ha hecho sentir un poco agobiada —acordó Brooke.

—Ya estás preparada para emprender tu retorno al ruedo social —dijo Kristy riéndose—, así que sigamos aprovechando tu cumpleaños como la excusa y motivo perfecto.

Las dos empezaron a caminar hacia el patio.

La decoración de la fiesta era increíble, pues mezclaba el concepto del libro favorito de Brooke, Alicia en el País de las Maravillas, con elementos de la ropa de LuxTrend para los camareros y demás personal. El resultado era atractivo y fascinante. Los asistentes no estaban llamados a seguir ese concepto, pero algunos optaron por unirse a la tendencia.

Vera le hacía señas a su hija para que se acercara rápido y soplara las velitas. A ella le gustaba usar el dinero, pero no le importaba cómo se lograba amasarlo, así que estaba satisfecha con los resultados de esa noche. Adoraba las fotografías y lucir sus alhajas.

Brooke, a medida que avanzaba a lo largo del patio, hacia el lugar en el que Vera esperaba, también buscó con la mirada a su padre. Este no estaba por ningún lado. Le fue imposible no preguntarse quiénes serían esos hombres de expresión críptica, así como el por qué estaban tardando tanto en salir del estudio de Nicholas.

—Querida amiga, te prometí que mi obsequio para ti sería uno especial —dijo Kristy en tono divertido—, así que después de que toda esta muchedumbre se marche de este fiestón, nos quedarán cinco horas para ir al aeropuerto. —Brooke la miró intrigada—. ¡Tengo boletos para Las Vegas! Nos iremos a ver Magic Mike en primera fila. ¿Qué tal con eso?

Brooke se echó a reír y luego empezó a dar saltitos de alegría, ante la mirada risueña de los invitados que creían que a ella le hacía ilusión compartir ese día con ellos. Tontos. Los boletos al espectáculo de Channing Tatum solían agotarse al instante, así que el hecho de que Kristy los hubiera conseguido era increíble. Ambas se abrazaron, eufóricas.

—¡Eres la mejor, oh por Dios, veré a esos bombonazos en vivo!

—Lo sé, lo sé, hoy se acaba toda la mala racha —replicó, terminándose por completo la copa de champán. Un camarero llegó al instante para darle otra—. ¡A tu salud!

Brooke estaba exultante como no lo había estado en meses. Sus padres parecían incluso más generosos que de costumbre y le entregaron semanas atrás, como obsequio anticipado de cumpleaños y como parte de su herencia, el cinco por ciento de las acciones en LuxTrend. Desde entonces, ella intentaba tomar una decisión profesional: trabajar un año para la empresa familiar o lanzarse de lleno a la aventura de buscar empleo en otras compañías.

—Brindo por un nuevo inicio —dijo Brooke con la certeza de que, finalmente, el universo había dejado de castigarla con lecciones de vida demasiado complejas y dolorosas. Todos se merecían un respiro y ahora tenía el suyo—. ¡Y por Magic Mike!

Kristy soltó una carcajada, mientras Vera detenía la cháchara de ambas al golpear la copa de cristal para pedir la atención de los presentes. Los murmullos se apagaron de a poco.

Los invitados pertenecían a los usuales círculos sociales que frecuentaban los Sherwood, a excepción de Brooke que prefería mezclarse con ellos solo si era indispensable o para mantener vivos los lazos de amistad. Vera sabía que esa fiesta sería la ocasión social de la que se hablaría durante los próximos días, así que había calculado muy bien quiénes eran sus invitados. Entre los asistentes constaban populares columnistas de espectáculo, reconocidos empresarios, un par de personajes famosos y también inversores. Vera quería que ellos recordaran y replicaran el mensaje de que LuxTrend estaba para quedarse.

—Quiero celebrar a mi hija en su cumpleaños, agradecerles por estar aquí para festejar a Brooke, así como a la nueva tienda de LuxTrend que abrimos esta mañana en Rodeo Drive. Gracias por estar aquí y compartir un momento tan especial para los Sherwood y sus socios corporativos. ¡Por más años y más éxitos! —dijo levantando la copa. Llevaba un vestido crema de Valentino que resaltaban la belleza que continuaba luciendo con aplomo a sus sesenta años—. Ahora, señores —miró a los músicos y al DJ—, vamos a cantar el cumpleaños feliz.

Los invitados empezaron a corear las primeras notas. Brooke sonreía de corazón y miraba a su mejor amiga, emocionada, porque pronto irían a Las Vegas. ¡Sería épico!

A los pocos segundos, Nicholas llegó al patio y le dio un abrazo inesperado a su hija que ella, por acto reflejo y también sorpresa, devolvió. Él empezó a cantar siguiendo el buen ánimo de todos, pero Brooke lo sintió un poco tenso. Ella no le dio importancia y pretendió que todo iba bien, hasta que no lo estuvo y su vida se desmoronó para siempre.

 

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Besos desde Ecuador.

K.R.