En las novelas románticas intentamos retratar (yo lo hago, al menos) la realidad emocional que no se expone, no se cuenta habitual o comunmente (porque a la gente prefiere mostrarse fuerte, más no vulnerable), pero es un secreto a voces. El amor se siente de diferentes formas, eso es verdad, así como también se expresa de maneras diversas, sin embargo, hay un hecho que es imposible ocultar y es que entre clases sociales, el amor es un verdadero reto.
El bagaje cultural de una persona que no ha vivido en la opulencia o que ignora los «lineamientos» que se utilizan en esos círculos sociales para sobrevivir, influye muchísimo en su capacidad de adaptarse y mezclarse en un entorno ajeno al usual. Si en este caso es el protagonista el que proviene de orígenes humildes, el éxito profesional no puede borrar sus antecedentes, por eso le cuesta el triple de esfuerzo lograr el respeto de sus pares, porque esos «pares» se fijan primero en «qué tienesy de dónde provienes» y jamás en «quién eres». El mismo concepto se aplica a la heroína, pero, en un entorno eminentemente machista, la mujer está sujeta a una inspección adicional, incómoda y estúpida: su apariencia física. En una novela romántica los protagonistas son siempre guapos o atractivos en una manera particular (parte de la fantasía, porque en una fantasía siempre queremos -yo quiero- un hombre guapo que se enamore de la chica -porque de alguna manera me identifico con ella en la historia-, así que nos dejamos de hipocresías), pero esto no aplica siempre en la realidad (luego hablamos de los debates sobre lo que es considerado bello y lo que no estéticamente, porque no soy profesora de bellas artes, creo que está claro jajaja).
El amor sí es suficiente cuando se cohabita en una burbuja: la de dos amantes, pero cuando se intenta expandir la burbuja, incluir los amigos, compañeros de oficina, acólitos, familia,si los protagonistas provienen de círculos sociales diferentes, entonces el amor se vuelve un reto. No porque dicho sentimiento sea más o sea menos potente, claro que no, sino por el simple hecho de que se coexiste en sociedad, no fuera de ella; la pareja sale de su círculo de plácida negación del entorno para fundirse con él y tratar de hacer un balance. El prejuicio del que tanto Lizzy Bennet se quejaba con elegancia y soltura en Orgullo y Prejuicio, no se ha evaporado de la escena, tan solo se ha transformado y reflejado, ahora, en el uso diferente de juguetes sociales, accesos a lujos y comodidades, etc, para denotar la gran diferencia entre un grupo y otro. ¿Si el amor puede sobrevivir cuando existe un abismo social tan marcado? Sí, pero los factores que entran en la ecuación tienen que ser bastante específicos, como en el caso de Cristiano Ronaldo y Georgina. Ambos trabajadores desde siempre, orígenes sencillos y humildes, que lograron hacerse un espacio social y económico, él por trabajo propio, ella por conocer el amor con Ronaldo; ellos provienen de un origen similar socialmente, entonces comprenden los dos mundos (pobre y rico), y pueden crear su propias reglas. En esto último radica también una gran diferencia: cuando puedes establecer tus propias normas y lograr que otros se acoplen a ellas, el paso es gigantesco y tu amor, tu mundo, se superponen a cualquier otro.
En el caso de las parejas en la que uno de los integrantes proviene de orígenes más humildes, el amor sobrevive siempre que adaptarse a las nuevas normas del entorno de opulencia sea logrado con éxito. Sí, sí, me estoy refiriendo solo a la parte social, no emocional (lealtad, fidelidad, compatibilidad, blablablá, eso es otro post) y que ya depende de la madurez como pareja. Retratar esas diferencias y luego cambiarlas en tono positivo en nombre del amor es parte la ficción fabulosa de la novela romántica. Ahora, que la novela está tan bien hecha que puede dar la ilusión de realidad, por supuesto y eso es genial, pero siempre que entendamos que la ilusión es mientras dure la historia, al cerrar el libro, sabemos lo que ocurre: nuestra vida real está esperando por nosotras.
Creo que es importante por eso que lo llevemos súper claro esto del romance en las páginas (el que es ficción, me refiero), porque con el paso del tiempo las líneas entre la narrativa de ficción, aunada con las narrativas del marketing global, pueden empezar a desdibujar las líneas de la realidad. Aquí es cuando llegan las decepciones, las expectativas absurdas sobre «el otro», las comparaciones, ufff. ¿Han visto en las noticias lo que hacen las redes sociales sobre el concepto del éxito instantáneo, cuando sabemos que tener éxito es un concepto que depende de cada persona y que requiere de mucho esfuerzo? Lo mismo en el amor, pero, al ser más sutil, también puede acarrear más complejidad en diferenciar lo que es posible de lo que no. ¿Hay imposibles posibles? Claro. El asunto es que ocurren 1 en 10,000,000. Ah, ¿tú puedes ser ese 1? Sin duda.
Una persona siempre busca su igual, aunque los cuentos de Disney nos hayan vendido la idea del príncipe azul; y pues, la verdad, nos hemos dejado comer la cabeza con esa falacia (una muy divertida, no lo niego, pero perpetuar esta idea en los niños es brutal. Sí, sí, esto es para otro post). Conozco muy de cerca la historia de una Cenicienta moderna que se ha mantenido junto a su esposo por las apariencias sociales, pero en su «amor e intención de ser aceptada» también sufrió golpes, humillaciones y un sinnúmero de cirugías estéticas para intentar amoldarse a las exigencias de un hombre que nació en cuna de oro y su entorno, ¿mereció la pena ese precio? Eso no es amor, sin duda. Tampoco he ido con ella a preguntarle si todo lo que le ocurrió ha merecido la pena o si, después de las décadas de casada, realmente fue o es feliz. ¿El dinero compra la felicidad? Mmm.
¿Si nos gustaría que esas barreras sociales en la cotidianeidad no existieran porque son ridículas? Ah, por supuesto. Al menos en esos cientos de páginas que se convierten en libros, lo único que siempre triunfa, sin importar lo mucho o poco que tengan en sus cuentas bancarias o qué tan de élite sean los círculos sociales de los protagonistas, es el amor. Por eso amo escribir romance, porque es un género literario que te permite ahondar en las problemáticas más recurrentes o aquellas que subyacen desde el amor, para transformarlas en escenas, anhelos, sueños y objetivos cumplidos de cómo nos gustaría o cómo creeríamos que «debería ser» el romance de verdad. Aquella idealización del amor proviene, en mi caso al menos, de un deseo genuino de que la nobleza del corazón se imponga a las exigencias ridículas de la sociedad, la realidad, los dictados del miedo.
En la novela romántica todo es posible. Es esa oportunidad de crear finales felices lo que me motiva. Es esa oportunidad de transformar, con mi imaginación y mi pluma, los obstáculos en oportunidades, hacer acopio de la magia del destino, amoldar la fuerza del amor para vencer toda dificultad y convertirla en una historia que deje sonrisas, en lugar de sinsabores tintados por la inequidad que nos rodea, lo que impulsa a despertar cada día con la ilusión de seguir en esta carrera de escritora. El desperfecto en la búsqueda del amor es real, así como la influencia del bagaje social/cultural en ella, pero al menos, por unas horas, es posible creer que el amor lo conquista todo, incluso la cruda realidad, a través de las novelas románticas. ¿A que sí?
Nos leemos ¡recuerden dejar sus comentarios! ¡Me encanta leerlos!
Kristel.