Desde que se implementó (no porque sea algo positivo) la «cultura de la cancelación», los debates sobre lo que debe decirse y no, en redes sociales, ha aumentado. Yo he sido una simple testigo de las barbaridades por las cuales cancelan (destruyen, ese sería el término más adecuado) carreras profesionales, familias, reputaciones. ¿Es que les parece bien esto? Todos se han convertido en juez y parte, antes de que existan evidencias contundentes y verificables; antes de conocer los dos lados de las historias que ocurren a diario y saltan a la palestra virtual. El peligro que veo en todo esto es la validación de las autoridades de lo que se dice en un entorno creado por algorítmos: las redes sociales.

En toda historia existen DOS partes ( a veces más), pero ahora solo deciden, como si fuese un juego de ruleta, a quién se condena primero. No recuerdan que esas personas que son parte del «juzgamiento» tienen familias, amigos, parejas, etc. ¿Y si fueran ustedes? Ah, la empatía se ha perdido… Quizá sea necesario darle un repaso al diccionario o si no, quizá les toque experimentar algo amargo llamado karma. En ocasiones me parece que el guionista de la serie de Netflix, BlackMirror, solo es un Nostradamus más oscuro. Si viesen la serie, entonces se darían cuenta lo preocupante que resulta notar cómo muchos de esos capítulos y líneas narrativas están siendo reproducidas por millones de personas. ¿Y nosotros? Somos los espectadores que con un clic podemos o no contribuir a un desastre que, desde la ceguera comunitaria e indodencia social a la que parece que hemos llegado, empieza a repetirse como la mismísima rueda de Samsara.

He notado que las cancelaciones más brutales están basadas en criterios sobre lo que «está bien o no» decir sobre los clásicos temas que nuestros padres nos sugirieron desde pequeños no hablar en grupos para evitar conflictos: raza, religión y política. Ahora resulta que se ha escalado a una medida grotesca, pero ya no en un «cara a cara», sino en lo más fácil de la vida: crear destrucción a través de plataformas sociales, porque alguien opinó sobre un hecho que consideró de un modo distinto, una perspectiva diferente, a la de los demás. ¿Por qué tiene que afectarnos una opinión ajena, si esa opinión está basada en la realidad, pensamiento o imaginario del otro? ¿Dónde quedó el «opinar» es libre? (Sí,el tema de la libertad es para otro post, porque no somos libres, menos en una sociedad que nos dicta qué o cómo hacer ciertas -o todas- cosas). ¿Por qué nos tomamos como algo personal lo que otros digan si no nos involucra directamente? ¿Tan grande es el ego en cada uno de nosotros? ¿Somos esos monstruos que nos miramos en el espejo, pero creemos que todo está bien, porque «le pasa al otro», pero no a mí?

Nadie tiene por qué aceptar algo que no tiene intención de incluir en su vida; si no quiere educarse sobre un tema ¿por qué habría de sentirse obligado a ello? Si no quiere tener gente de Sudán trabajando en su empresa ¿por qué habría de hacerlo? ¡Es SU EMPRESA! Si no quiere comer cangrejos, porque su sentido ético se lo impide, ¿por qué tendríamos que juzgar su elección? Si no le da la gana de dejar entrar a los militantes de un partido político a su restaurante ¿por qué habría que obligarlo a ello? Es SU NEGOCIO. Y así en otros temas. La sociedad se ha dedicado a crear lo que «debe o no ser», y por eso estamos tan jodidos. La equidad debería existir, pero es una aspiración medianamente utópica; la justicia en su sentido más noble también debería llegar a todos, pero sabemos que no es así, porque es uno de los inventos regulatorios en los sistemas de convivencia humana en los que, desde tiempos remotos, gana el que tiene: dinero, influencia y verborrea, pero no siempre la verdad. Ahora tenemos, con la desgracia de la cultura de la cancelación, los juzgados mediáticos (un clic, una frase, un like, un rt, un compartir, etc., listos para destruir o salvar vidas porque los jueces y parte llegaron a desplegar sus capacidades de decisión en asuntos en los que no tienen nada que ver, ¿no les parece enternecedora (not) esta versión moderna del Coliseo de Roma en el 80 D.C.?).

Vivimos en una era en la que todos los problemas parecen conseguir solución «online» y es brutal, porque esto es UNA FANTASÍA. El mundo virtual NO EXISTE, se trata tan solo de una extensión aspiracional del mundo real con funciones tangibles, hasta cierto punto, en la dimensión material. Todo es falso, pero nada más falaz que creer que detrás de una pantalla somos más fuertes que fuera de ella o poseemos más derechos a jorobar al otro. De hecho, la sociedad está brutalmente debilitada por la carencia de interacción cara-a-cara y se ha perdido la capacidad de sostener una conversación natural sin un aparato electrónico de por medio. Yo podría dar este mismo discurso escrito en este blog frente a una audiencia, y sentir la misma seguridad de que «es así», ¿podrías tú juzgar como lo haces en redes sociales, mirando a la persona sobre la que opinas, a la cara, y decírselo? Eso es valentía. Nos hemos convertido en una sociedad cobarde que pretende decir y hacer lo políticamente correcto en un entorno falso. ¡Vaya contradicción tan nefasta!

Lo que es correcto para unos, resulta incorrecto para los demás. ¿Te quieres vacunar? Vacúnate. ¿No te quieres vacunar? No te vacunes. El asunto es no intentar dar clases de moral que no estamos en la capacidad de dictar; menos clases de «solidaridad» cuando jamás te ha importado un pepino ese concepto. ¿No estás de acuerdo con los derechos de la comunidad LGBTI? Tienes la potestad de ese punto de vista, pero ¿por qué lanzarles piedras y hate online? ¿Crees que una persona, porque tiene problemas de movilidad tiene más derecho a ser borde o se le puede perdonar todo porque su condición así podría «justificarse»? Entonces debes entender esto del «equilibrio». ¿Quieres decir que un bebé de tal o cual raza es feo, porque así te lo pareció en una foto o vídeo? ¿Quieres decir que solo son bonitos los gansos negros? ¿Quieres dejar saber tu punto de vista político? ¿Te apetece comentar que tal o cual editorial se lleva de mala forma? ¿Te interesa manifestar que tal o cual escritor es pésimo o es mega talentoso? ¿Quieres decir que tal o cual artista es alguien sin talento y no entiendes el hype? ¿Quieres decir que te gusta vivir del Estado y te parece bien que otros también lo hagan? Bueno, todos tienen derecho a opinar, y ninguna opinión es «correcta», simplemente «es». Punto. Las palabras que emplees para manifestar algo y la intención detrás son cruciales, eso sí, da igual el tema o el grupo. El arma más peligrosa no se activa con un gatillo…

La palabra puede construir o destruir… ¿Qué eliges hoy?

En una era en la que todos se creen en el derecho de decir qué hacer y cómo decir, el sentido común se ha perdido, al igual que la coherencia, pero en especial el ciudadano de a pie se ha despojado de lo único que puede salvar la sociedad: su humanidad. Nos hemos convertido en carnívoros mediáticos, y el show solo parece empeorar a medida que avanzan las posibilidades de interconexión. Existe cultura de consumo desde el punto de vista de cómo se compra/qué se compra/ en qué cantidades/ en qué épocas/ altos y bajo, pero no existe una cultura de educación firme entorno al uso de los canales de consumo y la importancia de diferenciar lo virtual de lo real y el modo en que está afectando a la gente. Da qué pensar el hecho de que «el hate» en redes sociales influencien en los niveles de depresión de adolescentes que no llegan a tolerar esa persecusión y deciden ponerle fin a sus existencias ¡12, 10, 15 años! El nivel de incremento de la ansiedad, porque lo que ven online (de todas las edades) parece más perfecto de lo que en realidad es, continúa en una palestra peligrosa. Entonces, ya no solo es lo políticamente correcto o incorrecto, sino la pérdida de la perspectiva de que las redes sociales ofrecen imaginarios brutalmente desdibujados que estamos validando como reales. Somos robots y tenemos miedo «cuando lleguen las máquinas a reemplazarnos». Un engaño nada sutil, pero que hemos aceptado sin más, porque resulta «fácil».

¿Cuál es el límite de opinar lo que se desea? La respuesta, para mí, es bastante sencilla: el límite es cuando se empieza a incitar a otros a odiar, despreciar, dañar, injuriar, perjudicar, destruir, lastimar, poner en riesgo, a otro ser humano. El mensaje tiene un efecto no solo por las palabras empleadas, sino por la intención con el que se concibe y desarrolla. ¿Cuál es la tuya al dar tu opinión? Aquí ya no se trata de lo correcto o no de tu opinión, sino de la intención detrás de ella. Llévalo claro, y ese es el punto medular de esta entrada. No necesitas ser borde para comentar, ni pretender que los demás estén de acuerdo contigo. Repito la frase más común, porque a veces se les olvida: «Si no tienes nada bueno que decir, mejor quedarse callado». Al final, tampoco es que, con tu opinión, vas a cambiar el mundo. Ah, ¿qué dices? ¿Que puede hacer una diferencia en TÚ MUNDO? Perfecto, entonces guárdatela para ti. ¿Ves? Eso es sanidad mental y no tiene que ver con lo políticamente correcto en redes sociales, sino con simple coherencia y salud de convivencia en el faso universo virtual que nos rodea. Entonces, procuremos usarlo para hacer el bien a otros, en la medida de lo posible, y cuando tengas ganas de opinar, políticamente correcto o no, analiza con conciencia si tus palabras contribuyen al bienestar de un entorno de por sí complejo o si solo va a incrementar una triste cultura de odio.

Nos leemos. ¡Un abrazo!

Kristel.