¡Hola, gente!
Ser una escritora prolífica no implica tener una capacidad inagotable de ideas que se quiera siempre plasmar. Hay ocasiones, como estos días, que lo único que me llena es recostarme en el diván con música, una taza de té o café, y leer una buena historia. Advierto, las ideas continúan fluyendo, más no así las ganas de sentarse a escribir. ¿Por qué no dictar? Bueno, porque como ya les habré comentado en mis redes sociales me agarró un virus fatídico (póngale voz dramática) que lleva un mes habitando en mi cuerpo. Ya quisiera que fuese Henry Cavill el virus, pero nooo. En todo caso, ya espero pronto mejorarme. ¡Hay tanto por hacer! Grrr.
Ahora, el título de esta entrada está dada por la pregunta que siempre hacen a las autoras: ¿Cómo te inspiras?
El error es creer que la inspiración lo es todo en esta carrera a contra-corriente. Tener una idea no es ni siquiera el primer paso del proceso de trabajo. La inspiración puede llegar a cualquier hora del día o en dos años o dos meses. Quién sabe. El asunto es agarrar la idea, darle forma en la cabeza, para después tratar de poner en palabras lo que, a juicio de cada escritor, es «coherente».
De nada sirve tener cientos de ideas, si no poseo una disciplina. Y por disciplina no me refiero a un horario para trabajar (Dios me libre -¿No creen en Dios? Bueno, no se me pongan exquisitas, le ponen cualquier palabra aquí para reemplazar la idea-, de obedecer un horario impuesto o sugerido por otros, ewww). Disciplina es saber que TODOS LOS DÍAS tienes que poner el trasero en la silla o el sofá de tu casa o un café o donde sea que te guste trabajar, y empezar a teclear. ¿Qué tecleo? Pues lo que se te viene a la mente. ¿Y si no queda bien? Para eso es la disciplina, porque así como escribes y te otorgas la posibilidad de reconocer tu capacidad creativa, también te conviertes en tu propio juez y parte para analizar si lo que estás escribiendo es «consumible».
La musa es una figura muy linda para ilustrar la idea mágica de ser escritor o artista. Tal cosa no existe. No me van a decir que les arruiné la ilusión como si fuesen niños que recién descubren que Papá Noel es un personaje ficticio. Aquí la dramática, ya saben, soy yo.
Lo único que existe cuando quieres escribir es la constancia, disciplina y la meta final. ¿Cuál meta? Queridos míos, pues terminar lo que empiezas. Una vez que iniciaste un proyecto creativo ¡termínalo! No importa cómo quede el producto al final, porque ese sería el primer borrador. La base sobre la cual se debe trabajar para lograr un manuscrito pulido y apto para el consumo lector.
Tampoco se regodeen en el ego de creer que todo lo que escriben es parte de los misterios del Santo Grial (¿Muchas referencias religiosas? Pues es para que me entiendan, no los quiero adoctrinar. El universo me salve de semejante cosa). Habrá cosas que escriban que al siguiente día expiren de sus «mejores ideas», y habrá otras que, simplemente, serán estupendas.
Cuando las musas se evaporan queda la firme voluntad y el compromiso con uno mismo (jamás con otros) de terminar el proyecto que tenemos en mente y que, con el paso de las semanas, irá cobrando forma hasta convertirse en un manuscrito decente. Para, a partir de ese último punto, empezar el verdadero proceso de análisis, edición y estructuración final.
¿Qué leen estos días? ¿Tienen opiniones por compartir? ¡Aquí son libres de hacerlo!
Hasta pronto,
KR.